Es tiempo de contingencia

Sobre la comunidad hispana se cierne una terrible amenaza proveniente de los nuevos incumbentes que ocuparán la Casa Blanca el próximo mes de enero.
Los líderes de la comunidad latina siguen en sus faenas habituales sin darse cuenta del diluvio que se acerca y sin apenas preparar contingencias para lo peor.
El presidente electo Donald Trump, quien se encarga de regar el polvo del odio racial sobre las mentes de los americanos que aman a su país y los hispanos que olvidaron sus apellidos, ha prometido llevar a cabo un plan de deportación masiva que no solo amenaza a los inmigrantes indocumentados recién llegados durante la administración de Joe Biden, sino a todo el que físicamente sea latino y económicamente sea pobre.
Las deportaciones masivas no son nada nuevo en Estados Unidos. Una de las más agresivas se llevó a cabo en la época de la Gran Depresión en 1930. El gobierno estadounidense buscaba reducir la tasa de desempleo de los norteamericanos expulsando a la mano de obra extranjera sin importar que estos fueran residentes legales o ciudadanos por nacimiento o por naturalización.
Cientos de miles de familias de origen latino fueron deportadas a México, la mayoría de las cuales perdieron sus ahorros y propiedades. Sus hijos, nacidos en Estados Unidos, tuvieron que iniciar una nueva vida en un país desconocido para ellos.
Algunos informes históricos de este hecho señalan que los inmigrantes naturalizados deportados fueron parte de un error de las autoridades de inmigración, pero muchos datos históricos demuestran que fueron deportados a sabiendas de que eran ciudadanos americanos.
Esa actitud la vimos en Grand Rapids hace un año cuando un oficial de policía entregó al Departamento de Inmigración a un veterano militar hispano pese a que sus subalternos le advirtieron que era ciudadano norteamericano. “I don’t care”, dijo.
En 1954 se llevó a cabo otro programa de deportación masiva de extranjeros en la administración del presidente Dwight D. Eisenhower. Esa campaña de deportación de inmigrantes fue denominada por el mismo gobierno federal como “Operación Espalda Mojada”, haciendo referencia al despectivo nombre con el que se les señalaba a los inmigrantes que habían llegado cruzando el Río Bravo.
En esa operación, cerca del 40 % de los deportados eran ciudadanos y residentes legales. El gobierno justificó esas violaciones a los derechos humanos como errores de las autoridades fronterizas.
Esas deportaciones masivas fueron el preámbulo del Holocausto contra los judíos durante el gobierno nazi de Adolf Hitler. De ninguna manera queremos comparar aquel oprobioso episodio con lo que le espera a los inmigrantes de Estados Unidos en la administración de Donald Trump. Pero sí hay detalles que se parecen.
Muchos comerciantes y empresarios judíos residentes en Alemania apoyaron a Hitler hasta que sintieron en sus narices las consecuencias de su propio individualismo cuando se produjo la llamada Noche de los Cristales Rotos, un episodio de la Alemania nazi en el que se motivó a los alemanes nacionalistas a apedrear las tiendas y los negocios propiedad de judíos. También se azuzó a las multitudes a sacar de los edificios de apartamentos a los residentes judíos.
La euforia con la que los seguidores de Donald Trump levantaban carteles y gritaban consignas a favor de una deportación masiva de inmigrantes en los eventos proselitistas no augura nada diferente.
Las organizaciones que defienden los derechos de los inmigrantes deben desde ya prepararse para las batallas legales que se aproximan. Solamente exponiendo la ilegalidad y los abusos del proceso se podrá defender a las familias de inmigrantes. Y si, por el despotismo que caracteriza el plan 2025 de la corriente republicana, se impone la fuerza sobre la ley, al menos quedarán expuestos el racismo, la inconstitucionalidad y el carácter inhumano de la administración republicana.
No hay tiempo que perder. Es tiempo de contingencia.

Para la comunidad inmigrante es tiempo de contingencia