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Editorial 1315

02 diciembre 2022

Una cosa es el problema fronterizo y otra es el odio racial

Mientras existan en el mundo países ricos y países pobres, habrá emigración. Al igual que las aves, y otras especies, los seres humanos transitan en la búsqueda de su bienestar. Abandonan los lugares donde las condiciones de vida no les satisfacen sus necesidades y ponen su vista al horizonte sin importar las distancias.

Esa movilidad humana genera beneficios y problemas a los países receptores. Se trata de la integración de una cultura en otra. Por lo regular, los emigrantes provienen de países mas desventajados, lo cual genera un contraste desigual, social y cultural, así como costumbres diferentes a veces irreconciliables con las ya establecidas.

Es responsabilidad de todo país receptor controlar el flujo de inmigrantes y garantizar que los que han llegado, entiendan y respetan la cultura y las costumbres de los que allí estaban.

La inmigración trae consigo también grandes beneficios: Aumenta la capacidad productiva de los países receptores porque aporta mano de obra y contribuye al crecimiento económico con nuevos emprendedores.

Hay gente que no comprende esas cosas porque es víctima de propagandas creadas por políticos oportunistas que utilizan el nacionalismo para agenciarse el título de patriotas. Esa propaganda hace que un problema fronterizo o inmigratorio se coinvierta en odio racial, un sentimiento oscuro y dañino que ha sido motor de grandes tragedias de la humanidad.

Cuando estos políticos acusan a los inmigrantes de “criminales y violadores” además de “invasores”, como lo hizo y lo sigue haciendo el expresidente Dionald Trump, generan una profunda preocupación en la población que termina mirando al recién llegado como una amenaza a su propiedad y seguridad, al futuro de sus hijos y el de su nación.

Un caso que se ha tornado en una preocupación mundial es el de Haití y República Dominicana. Dos pequeños países que comparten una isla de 29 mil millas cuadradas, tres veces menor que el estado de Michigan, casi 6 veces menor que California y dos veces menor que el estado de Nueva York. Los dos países juntos suman 21 millones de habitantes.

Haití aporta a Republica Dominicana la mano de obra de la agricultura y la construcción además de otras áreas de la economía mal pagadas. República Dominicana vende a Haití un promedio de mil millones de dólares al año y Republicana Dominicana le compra a Haití tan solo 100 millones.

Pese a esas ventajas los políticos dominicanos elevan su nacionalismo basándose en premisas históricas y en el desorden social que causa la inmigración descontrolada de Haití.

En los últimos años la inmigración Haitiana a República Dominicana ha crecido llegando a casi medio millón, representando un cinco por ciento de la población de la media isla.

La crisis por la que atraviesa ahora Haití es un detonante para disparar esa cifra. El gobierno dominicano está tomando drásticas medidas para detenerla, pero lamentablemente muy parecidas a las desatinadas de Donald Trump en su afán por detener la inmigración desde la frontera mexicana.

Nadie pone en dudas la legitimidad de la preocupación de los dominicanos por el aumento de la inmigración haitiana. Lo grave es, que esa preocupación está siendo exacerbada con un lenguaje y propaganda de odio racial, tanto por los políticos como por individuos y grupos nacionalistas a través de los medios sociales. Es responsabilidad de gobierno de la República Dominicana detener esa campaña de odio antes de que la misma se convierta en una guerra étnica entre ciudadanos.