La barbarie del siglo XXI

En la primera Guerra Mundial que comenzó en 1914 la economía de Estados Unidos creció a tal magnitud que, al término de la misma en 1918 quedó convertido en el país capitalista de mayor producción y solidez financiera del mundo.

Eso se debió en gran medida a que mientras los países de Europa se dedicaban a la guerra las industrias americanas se encargaban de exportar al viejo continente todo lo que allí se había dejado de producir. La balanza comercial entre Estados Unidos y Europa circundaba los 3 mil millones de dólares a favor del país del nuevo continente.

Una situación similar es la que está ocurriendo ahora con la guerra de Ucrania. Mientras la OTAN, que es en realidad propiedad de Estados Unidos, arenga a los países de Europa a aumentar sus presupuestos de defensa para ayudar a Ucrania, el país del Tio Sam se encarga de abastecerlos de todo clavando en su bolsillo pingües beneficios en pro de “proteger la libertad de la feroz amenaza del demonio ruso”.

Alemania deja de comprar petróleo barato a Rusia para comprarlo a Estados Unidos a precios más altos; deja de comprar granos a Rusia para comprarlos a Ucrania en cantidades desproporcionadas llevando a la quiebra a sus productores.

Francia extiende la edad de la jubilación por déficits en su sistema de seguridad social al tiempo que gasta lo que se supone que ahorraría con las jubilaciones en armas para Ucrania y en aumentar su presupuesto de defensa como se lo ordena la OTAN.

Los países bálticos se quedan sin energía porque tienen que cumplir las órdenes de la OTAN de no comprar energía rusa. En fin, si la guerra de Ucrania llega algún día a terminar, será sobre el escenario de una Europa convertida en una toma de la Bastilla y un Estados Unidos económicamente fortalecido pulsando su brazo contra China.

La guerra ha cobrado la vida de medio millón de Ucranianos y cien mil rusos y el gobierno de Kiev todavía levanta el pecho tronando los clarines y diciendo que ganará. Lo cual, servirá de pretexto para recibir más ayuda militar que los fabricantes de armas cabildearán en Washington advirtiendo que “si Ucrania pierde el mundo estará en peligro”.

Es terriblemente triste ver que la humanidad haya entrado en el siglo 21 con toda una armadura de tecnología y con toda la brutalidad de la era de la barbarie.

La desaparición de la Unión Soviética en 1991 debió ser el inicio de un mundo de paz y justicia social, pero ha sido todo lo contrario, una oportunidad para la ambición y la desigualdad de ingresos, además de una licencia para el genocidio y el apartheid.

Fabricantes de armas rusos y americanos se enriquecen con la sangre de inocentes y al igual que más de dos mil años atrás, hacen de la guerra una conquista nacional y un símbolo de progreso.

La ambición de la clase gobernante de Israel de convertirse imperio en el medio oriente y la de Estados Unidos de controlar ese lado del mundo a través de ellos, ha cobrado la vida de millones de personas y seguirá dejando cadáveres en el camino hasta que no quede un solo palestino en el planeta.

De todo esto, el mundo está ajeno, no por maldad o indiferencia, sino porque los medios de comunicación como instrumentos de los grandes capitales e intereses políticos, llaman a la tragedia por nombres a conveniencia. Al genocidio lo llaman “guerra”, y mantienen en el mas absoluto silencio, para que no se dispare la alarma, los miles de muertos en Gaza, los que van a morir por la ausencia de condiciones humanas para la subsistencia y los desaparecidos bajo el polvo y las paredes derribadas.

Tampoco mencionan los muertos de Ucrania, las centenares de miles de viudas y niños huérfanos y la desolación de una nación destruida.

El fenecido ex presidente de Argentina, Ernesto Kirsner, dijo una vez que George W. Bush intentó convencerlo de que la guerra es buena y que es la clave para el desarrollo industrial. Lo contaba ruborizado como lo estamos todos los que estamos informados de la verdad y la desgracia hacia la que se dirige el mundo.

Editorial 1391