Donald Trump, el síntoma de un imperio en decadencia

Parte I

Estados Unidos surgió como víctima y resistencia de la explotación del imperio británico.

La guerra de independencia de 1776 no fue solo la lucha contra los abusos contra la población por parte del imperio, sino como respuesta de una sociedad productiva a una situación insostenible que frenaba su crecimiento y desarrollo.

Pero la independencia no solo liberó a los americanos del yugo inglés, sino que convirtió al nuevo país en un nuevo imperio que terminaría devorando a su engendro.

La participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial selló su poderío sobre el mundo moderno. Convirtió a la nación en la líder mundial de la industrialización y el poderío militar. Así, este país estableció más de 800 bases militares en la geografía del planeta y creó una alianza militar estratégica llamada OTAN para enfrentar al mundo contra su nuevo enemigo: la Unión Soviética.

Pero este era solamente un enemigo geopolítico, que por sus debilidades financieras y falta de estrategia en el crecimiento del comercio global terminó sucumbiendo en una crisis que la llevó a su desintegración en 1991.

Estados Unidos terminó siendo el dueño de la divisa mundial, el dólar, y el mandamás de la banca internacional: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

El crecimiento económico de Estados Unidos llevó a sus empresas a la globalización de su producción y expansión de su mercado.

El tío Sam se ocupó de que el mundo estuviera siempre a sus pies, para lo cual puso zancadillas al crecimiento de las economías emergentes como la japonesa y la surcoreana en los años 70 y 80.

Pero resulta que hora Estados Unidos tiene de repente a un competidor al que ha intentado taponear sin éxito: China, un país con más de 1,500 millones de habitantes, que al tiempo que son productores, son consumidores. La economía China ha tenido un crecimiento sostenido que la ha llevado, al igual que a Estados Unidos, a la globalización de mercado, y el mejor cliente es el gran país del norte, el dueño de las divisas.

Desde la administración del presidente Barack Obama, Estados Unidos ha tratado de contener el crecimiento económico de China con tímidas medidas arancelarias, pero con el cuidado de no herir a las empresas norteamericanas cuya producción está muy estrechamente vinculada con el gigante asiático.

Donald Trump, en su primer mandato (2017-2021) lanzó una agresiva campaña contra las importaciones chinas que no tuvieron consecuencias mayores. Su sucesor, Joe Biden, siguió la misma línea y convirtió la competencia económica con China en una guerra comercial y política. Prohibió a las empresas tecnológicas norteamericanas vender elementos litográficos para la fabricación de chips a China y gestionó con sus aliados europeos bloquear las exportaciones de muchos bienes y servicios chinos, entre ellos las baterías y los carros eléctricos.

Prohibió también la venta en Estados Unidos de teléfonos celulares chinos para proteger a Apple, a pesar de que ésta fabricaba sus teléfonos celulares en China y con el 90 por ciento de sus componentes del país asiático. Por último, llamó dictador al presidente Xi Jimping y acusó a China de espiar con fines militares a Estados Unidos.

Para la llegada de Donald Trump a su segundo mandato en enero de este año, la balanza comercial entre China y Estados Unidos estaba alarmantemente inclinada al lado oriental. Las ventas de Estados Unidos a China apenas llegaban a 31 mil millones de dólares mientras que las de China a Estados Unidos llegaban a 102 mil millones de dólares.

Trump, asumiendo el rol de Supermán, lanzó una guerra de aranceles contra productos chinos al tiempo que una estrategia militar para limitar la línea de abastecimiento de China en el paso de Groenlandia amenazando con apropiarse de la isla, y amenazando con apropiarse del canal de Panamá. Pero cometió un error, metió a aliados y enemigos en el mismo sacó y ahora tiene en este un gato que no acaba de patalear buscando la salida, y cuando la encuentre muy probablemente ya no vuelva a confiar en él.